domingo, 15 de noviembre de 2009

RAFAEL LARA MARTÍNEZ, SUEÑOS DE SUEÑOS

Capítulo apócrifo de Sueños de sueños (1992) de Antonio Tabucchi

El 23 de octubre de 2009, víspera de la festividad de San Rafael, a Marisol Briones, poeta y locutora radiofónica cultural, le acaeció un sueño. Soñó que revisaba su vida entera como si se hallara al borde de un patíbulo a escasos segundos de la muerte. Siendo niña, acompañada de su hermano Carlos, redimía el mundo por medio de letras que garabateaba en sortilegio y encantamientos mágicos de versos sin rima. Trataba de recordar una sola de esas sentencias con la esperanza de obrar un nuevo milagro.

A coro, su repetición ritual los transportaba a lugares ignotos e insospechados en el trópico húmedo. Jamás habían escuchado óperas de Wagner pero, de trenzas, ella se imaginaba la valquiria Brunilda, mientras Carlos Briones luchaba contra dragones acorazados y la salvaba de asedios vikingos. Su vida transcurría entre temores infundados y pequeñas irritaciones estomacales que su hermano mitigaba con palabras risueñas y juegos intricados como damas chinas.

Su relación la estrechó el primer exilio —quizás el segundo, intuía, al evocar poda de plasma y cordón umbilical. En un nuevo país, El Salvador, congeniaba con una familia extensa compuesta por presencias masculinas, quienes limaban su educación femenina poco propensa a lo mujeril. En la capital los absorbió una pubertad desobediente que primeros amores y retoques del rock inglés diluyeron en vasto mar de dicha y danza, while my guitar gently weeps.

Pero, en un medio social injusto y hosco, una temprana madurez hizo que sus sueños de inocencia se truncaran hacia guerras desconocidas. Su otro hermano, Ricardo, sufrió la mutilación de una pierna. Si Carlos Briones pensaba que la justicia debía mantenerse inmaculada, Marisol argüía que integridad y belleza siempre perdurarían mutiladas, a semejanza de Venus, en un mudo terrenal tan humano como violento.

Entretanto, su madre se debatía entre dolor por el cercenamiento filial y desesperación de ver a su hija comprometida en causas militantes. Sólo el exilio la salvaría de toda muerte prevista, el cual percibía como “dura escuela” en olvido que la vida misma figuraba una simple vía de destierro corporal por tierra extranjera. Rememoraba serenata de adiós y consejos de hermano mayor ante su viaje.

Años después, volverían a encontrarse, él profesional formado y ella, regresando de montañas tortuosas en ilusiones de poeta. Se unieron en matrimonio casi simultáneamente, al tiempo que sus caminos divergían de nuevo. Carlos Briones viajaba a Francia; Marisol, hacia la maternidad de réplica femenina del hermano, Karla, con quien él inauguró su paso a una segunda generación.

Su hijo Edgardo llegó premonitorio luego de la ofensiva del ochenta y nueve entre inmolación desgarradora que anunciaba esperanza venidera. Pero antes de su arribo habría de emigrar de nuevo a islas australes con sus hijos. A su vuelta, encontró una familia ensanchada por sobrinos que interrumpían la agenda profesional de Carlos Briones.

Todo auguraba una felicidad, sino perdurable, al menos renovada cada atadura de los años. No obstante, una llovizna tardía para ese mes de octubre, enturbiaba el ensueño. Con asombro, ella la observaba desde la ventana clausurada de su casa, mientras la figura diáfana de su hermano se perdía en un horizonte nublado que apenas iluminaba el ocaso.

Agitando la mano a manera de despedida, con tintura de neblina escribía un mensaje que ella hasta más tarde interpretaría como conclusivo. «Durante “todas las noches del mundo”, henchido de dolor conversaba con las piedras, interlocutora única, a quien les confesaba que prefería el reflejo sonrojado del crepúsculo en la cuenca de las manos que colmarlas de oro macizo. Sólo el poniente me entregaba acordes perdurables más allá de toda lamentación y llanto».

Al despertar, ese día de San Rafael, se hallaba junto al féretro de su hermano cuya muerte rauda nadie explicaba por imprevista y apresurada. Sólo un coro de cánticos serenos y constantes como delicada llovizna imploraban razones de lo que carecía de motivo. Al salir de la vigilia, solitaria ya y sin arrebato, se refugió en el jardín que accedía a la puerta principal de su casa y escribió “Luctuosa” en un papel más blanco que la bruma que envolviera a Carlos Briones y con una tinta china indeleble, más negra que su duelo.

Ese día de San Rafael, Marisol Briones también se revistió de nube y tormenta…

Rafael Lara-Martínez

Comala, 6 de noviembre de 2009


LUCTUOSA

La pérdida de mi hermano Carlos Briones

Desde que éramos niños
jugábamos a saber.
Carlos era el sabio loco
y yo algo así como super niña
pasábamos largas horas
inventando fórmulas para salvar al mundo.
Crecimos entre libros
mi primer acercamiento a la literatura
fue por la envidiable colección
de mitología vikinga
que papá le había regalado, por
la que aprendí a leer antes del kinder.
Juntos enfrentamos el primer miedo a perdernos
una mañana en que nuestros padres salieron
y yo tuve hemorragias, pues inicie en la infancia
problemas gastrointestinales.
El me cuidaba como si fuera a quebrarme
me quitaba con palabras, juegos y caricias los temores.
Cuando la casa dejó de ser hogar
enjugó mis lágrimas al dejar Nicaragua.
Nuestro mundo debió recomponerse, ampliarse, asimilarse.
Entonces lo compartí con los primos salvadoreños
sus cheros y hermanos, siendo parte de un mundo varonil
al que me acostumbre rápidamente.
Nos llegó la adolescencia con sus crisis
él se hizo rebelde, yo medio hippie
y sin embargo juntos disfrutábamos Santana,Yellow Submarine
o mis bailes a lo Joe Cocker, más las amistades comunes
donde se nutrieron los amores primeros.
La época universitaria fue crucial en nuestras vidas
en El Salvador hervía un río de injusticias y represión
que obligaba a discusiones y decisiones
hasta que la vorágine tocó a nuestro hermano Ricardo
primera víctima militar del conflicto,
como si fuera culpable de actos que jamás cometió
cercenando una de sus piernas.
Fue en el hospital, velando por su vida,
que tuvimos la primera separación con Carlos
pues él conocía mis ideales y con dureza me decía
que una causa justa no debía arrastrar injusticias.
Año terrible aquel para mi madre
que tuvo que ver al mayor de sus hijos mutilado
y a la menor, la niña, capturada.
Ricardo salvó mi vida a cambio de que abandonara el país.

Mi última noche en San Salvador
Carlos y los amigos trajeron serenata, toda la noche
para espantar la tristeza.
Abrazados lloramos cantando el Sapo Cancionero.
Camino al aeropuerto me llenó de consejos
para enfrentar el mundo con mi corazón infantil
hecho adulto a la fuerza, me decía.
El exilio es dura escuela
nuestros pasos siguieron distintos caminos.
Años después, ya él joven economista de MIPLAN
iría a recoger en la Troncal del Norte
a su hermana volviendo de Chalate.
Suplió con vitaminas el hambre que traía
y sin miedos o prejuicios me presento en su mundo.

Éramos tan hermanos que decidimos casarnos
con una semana de diferencia antes de su viaje a Francia.
A su regreso encontró a Karla
sobrina y ahijada con quien estrenó sentimientos paternales.
Para la ofensiva del 89
embarazada de mi hijo Edgardo
nos refugiamos en su casa.
Allí recibimos la terrible noticia del asesinato de Ellacu
y los otros mártires jesuitas
intentamos consuelo en un abrazo hondo, dolorido, inverosímil.
Mi parto se adelantó, la vida del bebé estaba en riesgo
su corazón generoso rápido se puso en disponibilidad.
Me fui a Australia, esta vez con los hijos, esta vez con más pena.
Los Acuerdos de Paz, trajeron esperanza,
retornaron mis pasos.

Nuestras ópticas, nuestros mundos ancharon el espacio entre ambos.

Hasta que le nacieron Carlos y Andrés, culmen de su felicidad,
prioridad en su larga agenda de libros, estadísticas, viajes, conferencias
sus hijos, nuestra familia, el núcleo donde compartíamos, discutíamos
y donde esperábamos con abrazos y buenos deseos cada nuevo año.



Por qué entonces Carlos te has ido así con tanta prisa
por qué me has dejado en la mitad de esta nueva historia
huérfana, vacía, sola.
Por qué no hubo el tiempo suficiente para los besos
que a los Briones nos cuesta dar.
Por qué estalló tu sangre, mi sangre
y todos los rincones se pueblan de tristeza.
Quién nos arrebató la risa
nos cortó los sueños
Por qué tantas interrogantes
que no me dan respuesta ni consuelo
por qué hermano
por qué?

Marisol Briones

domingo, 8 de noviembre de 2009

TIEMPO NEGRO
Siempre a Carlos Briones



La muerte danzó frente a mis ojos
Su risa reventó mis oídos
y estallé como estallaba
tu cuerpo desangrado
ahogándonos.
El dolor camina ya conmigo
me entierra junto a ti.
Los días han dejado de ser
iguales a los días
son espacios donde el tiempo
transcurre despacio, silente
como pesada sombra gris.
Ayer en el hospital
junte en un gran recipiente de cristal
la mitad de mi sangre, mis lágrimas
el corazón palpitante
lo amase con lamentos y plegarias
para resucitarte.
Por alguna razón
El Gran Oídor no me escuchó
Bajó su mano para cortarte
Ceiba amada
para dejarnos en la mitad de la vida
para partirme por la mitad.

Marisol Briones
6 Nov.2009.