sábado, 3 de noviembre de 2007

SOBRE NUESTROS LIBROS

POESÍA ARDIENTE

Por Miguel Ángel Chinchilla Amaya

En esta ocasión vengo a comentar dos libros de poesía. Poesía femenina que no feminista, de dos poetas amigas mías, una hondureña la otra nicaragüense. Poesía de dos mujeres maduras (quiero decir que no son unas cipotas), que dicen su palabra con denuedo sin pretender alcanzar con la moda de la diatriba contra los hombres, un canon de género que neciamente buscan algunas poetisas de pelo en pecho.

Se trata en este caso de dos escritoras que hablan del amor, del sexo, del mundo y de los hombres, con sutileza y estilo, sin violentar las imágenes y sin forzar la metáfora, en un discurso elíptico y fluido que sitúa a ambas autoras en línea de vanguardia en el contexto de la actual poesía femenina de Centro América.

La primera de ellas es Claudia Torres, hondureña, académica, con estudios en Texas y Arizona, presidenta de la Asociación Nacional de Escritoras de Honduras.

Mariposa Amarilla (Yellow Butterfly), se titula este su primer poemario bilingüe, publicado por Ediciones Navegante, en el cual hace acopio del exotismo botánico de su tierra, poeta nacida de la fortaleza del roble, en éxtasis por los dedos que palpan con ternura humedecida, erótica y nocturna, en el recuerdo del ligero sudor de una axila escondida, dibujante de mares dormidos en el recuerdo de algún amor tejano, convertida en gaviota, víctima del jaguar en la danza del goce, convirtiendo con la magia poética al “caballo de la noche” (que es una flor silvestre), en un gemido de placer mientras ella siente que muere, desde su piel sensible en el firme surco de esteros y mares.

Este poemario de Claudia Torres consta de dos partes: Mariposa Amarilla y Gato Azul, no obstante, dice la doctora Naomi Lindstrom en la contraportada del libro, “Los dos segmentos forman una totalidad unida por una voz y una perspectiva que se hacen marcadamente reconocibles desde la primera página”.

El Gato Azul es un recuerdo, casi una melancolía, donde la poeta deja entrever su inclinación por la melomanía clásica, con poemas como “sonata en do menor”, “fuga en sí mayor” o “Aria”. Aquí la poeta se pinta de rojo las uñas para opacar el dolor, no por una moda sino para purgar el sufrimiento por el hombre remoto y lejano. Luego, el tono se le vuelve existencial, en poemas como “orfandad”, “pájaro negro”, “ploc de luna” y “Quiero escribir un poema”, con el cual cierra su poemario.

Poesía lírica es la Mariposa Amarilla de Claudia Torres, bien escrita, sin aspavientos, sin imágenes rebuscadas, bonito libro para leer en reposo.

La otra poeta es Marisol Briones, nicaragüense que reside desde hace varios años en El Salvador, poeta, periodista y docente en educación especial.

Lluvia de Luna Llena es el título de este su primer poemario publicado recientemente (primero igual que el de Claudia), de verso libre, agresivo y sin tapujos. No por gusto inicia la serie de sus poemas con uno titulado “Lilith”, que según la mitología hebrea era la otra mujer de Adán; maga de ardientes deseos, indómita cuidadora de su independencia, trasgresora, dulce e irreverente, asediando la morada prohibida en búsqueda del lecho ajeno.

Se trata del poemario de una mujer enamorada, apasionada, ardiente, irredenta, poseedora del síndrome de la Ciguanaba, a quien su amante la hizo diosa entre almohadas, una mujer que sabe tomar la iniciativa sin andarse por las ramas: “te propongo/ dejar ya el lenguaje de signos/...te invito a que sacies/ mi sed en tí”; utilizando en algún momento el lenguaje poético de la guerra: “Yo sin barricadas/ te mando mi energía”. No obstante, a través del oximorón de su poema “luz negra”, expresa la amargura por el amor frustrado: “Pero/ perdiste a la mujer/ que te hacía realmente feliz”; y más adelante en su “Receta para deshacerse de fantasmas”, realiza el conjuro para dejar de amar al ausente. En el poema “trilogía”, Mar y sol (Marisol) se muestra como la mujer insatisfecha que necesita ser amada por un híbrido que no la juzgue ni que se juzgue, es decir ni sádico ni masoquista, alguien que no necesita de nombres ni culpas notorias, aunque en la página 55 se atreve e mencionar el nombre de su hombre; mujer amada y amadora, roca filtrada. “Érase la luna de lluvias” dice en la página 46, en la melancolía del pretérito que nunca se repetirá, porque luego escribe sobre el amor negado, el amor errado, en la comprobación de que los amores pueden morir por decreto.

Coincide Marisol Briones con Claudia Torres, en el uso del gato como símil del amante: “Y un gato músico, poeta, trovador errante/ saltó desconocidos tejados”, así escribe Marisol; mientras Claudia dice: “Gato azul/ saltas de Francfort a Kiev/ con la pequeña valija/ que escondes/ en las ranuras de la costilla izquierda”.

Concluye Marisol su poemario con dos cantos que aluden al indigenismo de su sangre chorotega: “Omeyocan” y “la novia de Tola”; el primero es el tema de la dualidad cosmogónica y el segundo la historia de la novia burlada, india morena que ha roto sus cadenas y sus condenas porque llegada es la hora del amor.

Estas dos cantoras centroamericanas son como repito de verso femenino pero no feminista, y le cantan al amor sexual sin llegar a lo que algunos llaman paroxismo vaginal. Tampoco escriben poemas combativos de raigambre socialista, ni esconden sus mensajes en imágenes herméticas pretendiendo alcanzar las alturas metafísicas de Lilian Serpas. Son ante todo mujeres románticas como ángeles caídos, comprometidas con su realidad a través del trabajo cotidiano, desde su naturaleza de seres humanos que aman, que sufren, que gozan, que les da gripe y dolor de cabeza, que caen y también se levantan como cualquier mortal. ¡Abur!

No hay comentarios: